Misión es el “para qué” venimos a esta Tierra. El proyecto que llevamos desde el momento anterior al nacimiento, y que da sentido, fundamenta ese nacimiento.
Desde chicos, se observan en nosotros, las “herramientas” que traemos, los dones con los que contamos, para “cumplir esa Misión”.
Fulanita es rebelde, contestona. Menganita es callada y diplomática. Otro es mediador. Otro, artista, creativo con algo de locura. Otro, activo, práctico y emprendedor. No me refiero a cómo se va formando la personalidad según nuestro entorno social, familiar o cultural, sino al bagaje de actitudes, conocimientos, que ya traemos con nosotros y se distinguen desde el mismo instante en que nacemos, esa “sabiduría innata”.
La palabra vocación suena a algo parecido. Es aquello que nos gusta hacer, que nos atrae, que sentimos “estar hechos para ello”, que realizaríamos aún sin tener paga alguna por hacerlo. La “vocación” está referida a algo más terreno, menos espiritual, más “de esta vida”; en tanto que el término “misión” es más abarcativo, va mucho más allá, incluye un “algo” espiritual.
Profesión, en cambio, está relacionada con alguna actividad de índole comercial, laboral, o estudios que nos permitan alcanzar o desarrollar dicha actividad. Es aquello a lo que nos dedicamos (o nos dedicaremos), para obtener un rédito económico que (supuestamente) nos permitirá subsistir.
Cuando misión-profesión-vocación van juntas, la persona siente plenitud, felicidad, algo así como “la seguridad de estar haciendo lo que uno vino a hacer”. Como consecuencia de esa plenitud, de esa alegría, surge una gran corriente de energía positiva que reafirma el continuar en ello, aún cuando el pago sea insuficiente o, exija pasar muchas horas trabajando con ese fin.
Como antes mencionaba, al nacer, el bebé ya trae consigo herramientas para cumplir con su misión, y otras a ampliar, o mejorar, que le permitirán superarse cada vez más, “crecer” más allá del crecimiento físico.
En el Jardín de Infantes, a menudo se valoran las diferencias, se trabaja mucho mediante el juego, en libertad, y las “herramientas” de cada niño, se ven en todo su potencial, en cada actividad que realiza.
A medida que el chico crece, comenzamos (como padres y como docentes), a poner nuestras expectativas personales en él, y esto puede jugar a favor suyo o en su contra… (¿Qué sucede si la “misión” del niño no está “alineada” con una “profesión” bien remunerada o que implique el prestigio social, que nosotros deseamos “para él”? ¿Qué pasa cuando una vocación (como la artística) no se ve socialmente como una profesión y la dejamos limitada a “un hobby”?). A esto, sumémosle la “obligación social” de, precisamente, “socializarlos”. Solemos confundir “socialización” con “uniformidad”. Esperamos y pedimos que se comporten “normalmente” (¿Y qué es “normalmente”? ¿Es posible que algo sea “normal” para una familia y “extraño” para otra?). Entonces, exigimos que se junten con “familias como uno” (lo que los vuelve intolerantes e irrespetuosos ante realidades ajenas, tan válidas como la nuestra), que estén callados y atentos aún ante una actividad aburrida o lejana a ellos, distante a sus emociones. (¿A que nadie tiene que “obligarlos” a permanecer quietos y callados cuando ven la serie de televisión que les gusta? Y que guste, no necesariamente quiere decir que sea naif, o de poco contenido. Hay programas de gran contenido metafísico o filosófico de trasfondo (como por ejemplo, “Casi Ángeles”), otros, de contenido científico (como los de Animal Planet), y otros sí, de entretenimiento (que también es necesario, y un tema sobre el cual me explayaré en otra entrada).
Una vez, en un Colegio secundario católico al que asistí, la Rectora nos dijo que “en misa HABÍA que permanecer callados”. Y nos puso el ejemplo de una santa que se aburría tanto por no entender las misas, que contaba una y otra vez las velas de la Iglesia.
No lo expresé, pero recuerdo haber pensado… “entonces… ¿para qué sirve una misa?”. Obviamente, jamás admiré a esa santa, ni fue ningún ejemplo educativo para mí (de hecho, ni siquiera recuerdo su nombre), y con mi prima, decidimos que era mucho más entretenido mirar chicos, que contar velas, en las misas. Y eso no nos hizo mejores ni peores personas, ni mejores o peores cristianas.
En definitiva, el problema es que, cuando socializamos, estamos educando para vivir en sociedad, pero cuando uniformamos, cercenamos, coartamos posibilidades, logramos que se destaquen los que se callan, los que no se muestran, los que ceden posiciones propias ante posturas ajenas, los que aceptan normas externas sin haber comprendido o internalizado si esa norma es válida y, por ende, no luchan por cambiar normas obsoletas o ridículas, los que se muestran como los demás los quieren ver, los que se reprimen ante la opinión del grupo. Al crecer se volverán cerrados, intolerantes, adaptables tanto a lo bueno como a lo malo, incapaces de valorar las diferencias como algo enriquecedor, creedores de que todo lo bueno se limita a lo que ellos piensan porque la mayoría piensa igual, o porque lo dijo un famoso escritor internacional (que era un perfecto desconocido hasta que el marketing nos hizo pensar que el libro que vemos hasta en la sopa es genial, y todos “debemos” leerlo).
Esto no se ve, pasa desapercibido en nuestra sociedad, pero… a pesar de haber dejado de comprarles armas de juguete, a pesar de obligarlos a juntarse con “iguales” por miedo a lo diferente, los chicos están cada vez más insatisfechos, apáticos, tristes, violentos, y manejados por un capitalismo que (a través de ellos) nos manejará a nosotros. La droga afecta por igual a todos los “desiguales”. Y en lo personal, no creo que esto se deba únicamente a una cuestión de límites. Es una cuestión de AMOR AL OTRO, de AMAR AL PRÓJIMO Y A NOSOTROS MISMOS, EXACTAMENTE POR IGUAL, y con todo lo que la palabra “AMOR” significa: aguante, tolerancia, respeto, discusiones, abrazos, llanto, risas, aceptación, y todo lo que no cabe en palabras…
Hoy en día, las sociedades necesitan chicos cuestionadores, pero tolerantes; firmes y con personalidad, pero que sepan respetar a quienes sostengan ideas o creencias diferentes. Y como docentes, lo primordial es SABER ESCUCHAR, SER CAPACES DE VER Y SENTIR más allá de lo que escuchamos, y AYUDAR DESDE LA REALIDAD DEL OTRO y la aceptación de la misma (no condescendientes, no erróneamente compasivos, y nunca, JAMÁS JAMÁS JAMÁS, juzgando desde nuestra propia realidad vista como la mejor, porque ese es uno de los mayores errores que todos cometemos…
En un mundo tan difícil, ACEPTAR, TOLERAR, ESCUCHAR Y ABRAZAR no son acciones tan difíciles.
Y hablemos, pero también HAGAMOS ACORDE A LO QUE HABLAMOS… un ejemplo vale más que mil palabras…
ROXANA LAURA RONQUILLO
Junio de 2009
ANALIZA EL VÍDEO.